La sequía en Etiopía alimenta la violencia de género y los matrimonios forzados
Forzada a casarse por su familia, la joven Bisharo aguantó solo cinco días con su marido abusador antes de escapar de su casa y tratar de arreglárselas por sí misma en el sur de Etiopía, asolado por la sequía.
Bisharo, un nombre falso para proteger su identidad, buscó ayuda en una nueva clínica para supervivientes de violencia sexual en el hospital de Gode, un municipio en la polvorienta región Somali de Etiopía.
Es de las zonas más castigadas por la peor sequía en 40 años en el Cuerno de África, que ha dejado millones de personas hambrientas y empobrecidas.
Según doctores y trabajadores sociales, la sequía tuvo otro efecto: un repunte de los matrimonios forzados y la violencia sexual.
Unicef asegura que los matrimonios infantiles, ilegales en Etiopía, se han más que duplicado en las cuatro regiones del país más golpeadas por la sequía en la primera mitad de 2022 en comparación con las cifras del año anterior.
Para muchas familias desesperadas, emparejar una hija supone un doble beneficio: por un lado reduce el número de bocas a alimentar, por otro la dote pagada por la familia del marido ayuda a cubrir costes.
La dote de Bisharo fue de 3.000 birr etíopes (56 dólares), dijo la adolescente, procedente de un pueblo de las afueras de Gode.
"Mis padres y los padres de mi marido cerraron el acuerdo matrimonial. Yo no supe nada. Se acercó a mí antes de la boda y me pidió matrimonio, pero yo lo rechacé", dijo.
La unión con el hombre de 20 años, del mismo clan que su padre y con una primera esposa, tuvo lugar de todos modos.
- "Me pegaba" -
"Vivimos juntos durante cinco días y siempre me pegaba", dice la chica con las manos cubiertas de tatuajes de henna. "Me pegaba porque quería sexo conmigo, pero yo me negaba".
Todavía siente dolor en la espalda, los hombros y la cabeza por los abusos que sufrió tras su boda a principios de año.
"Ni siquiera puedo dormir durante la noche por el dolor", dice.
Bisharo se refugió en casa de sus vecinos. Su marido fue arrestado por la policía, que exigió garantizar un divorcio contra los deseos del padre de ella.
"Mi padre me dijo: 'si te divorcias, ya no soy tu padre'", cuenta.
Segunda más joven de una familia de cinco hermanos, la chica está sola. "Solo mi madre puede entender mis problemas, pero no puede apoyarme porque tiene miedo de mi padre", dice Bisharo.
"No recibí ningún respaldo suyo, así que vine aquí", explica desde esta clínica de Gode.
- "La violencia es habitual" -
Desde su apertura en noviembre, este pequeño edificio detrás del hospital local ha recibido a ocho víctimas de violación y cuatro mujeres y chicas que escaparon de la violencia doméstica.
La sequía contribuyó en muchos de estos casos, dice Fahad Hassan, doctor en la clínica.
Los campamentos temporales para personas desplazadas por la sequía ponen a las mujeres en riesgo, explica.
"La violencia es habitual" en estos lugares, agregó el doctor, que atendió a una niña de siete años violada en un campamento cercano.
Sahra Haji Mohammed, una trabajadora social, asegura que los ataques se producen cuando dejan las instalaciones "para comprar algo o dejan la aldea para ir a buscar agua".
La pobreza también contribuye a la violencia de género. "Vemos conflictos cuando el marido vende cosas del hogar para comprar cigarrillos o khat (una hoja ligeramente narcótica) por la falta de dinero", dice.
Las mujeres recibidas en la clínica son solo la punta del iceberg, dicen sus trabajadores, explicando que muchas víctimas prefieren callar por miedo al estigma.
"Sabemos de casos que no vienen aquí pero que están en sus casas e intentan esconderse. Lo sabemos. Intentamos decirles que aquí hay un centro que intenta ayudarlas", dice Fahad.
Bisharo es la única superviviente que aceptó hablar a la AFP y anima a las otras a seguir su ejemplo.
Mientras espera que lleguen los papeles del divorcio, vive con su abuela, pero quiere empezar a decidir de nuevo su destino: "Quiero casarme con alguien de mi edad".
P.Avalos--ESF