Rusia apunta a la última carretera que conecta Ucrania con el este asediado
Un minero herido mira por el parabrisas, salpicado de metralla, e intenta ignorar el ruido que hacen los neumáticos reventados, mientras conduce por la última carretera que conecta Ucrania con el este asediado.
Los coches que lo rodean se detuvieron debido a una repentina ráfaga de fuego. Pero Sergiy Tokarev parece insensible al peligro mientras regresa a la aldea de Zolote, en la línea del frente, para rescatar a sus vecinos, varados.
El hombre, de 60 años, acaba dando la vuelta con su furgoneta y pasa la noche en una carretera que se ha convertido en el último objetivo de las fuerzas rusas que avanzan desde el este.
Tokarev mira por la ventanilla y refunfuña sobre la dificultad de encontrar neumáticos nuevos casi tres meses después de que empezara la invasión rusa.
"Hay abuelas y abuelos abandonados allí", explica, avanzando con su furgoneta, que tiene las llantas abolladas, a paso de tortuga.
Le tuvieron que vendar el muslo derecho, después de que la metralla lo rozara a las afueras de su ciudad natal. "Si estoy destinado a morir aquí, moriré aquí. Pero si no, seguiré sacando gente", afirma el minero de carbón.
- Los rusos ya están aquí -
Un camino lleno de baches, a través de campos con girasoles y aldeas, se ha convertido en uno de los frentes más importantes de la guerra.
Las fuerzas de Ucrania intentaron evitar que los rusos rodearan las ciudades de Lysychansk y Severodonetsk, en el extremo noreste de la carretera.
Esas dos ciudades, importantes centros de producción de carbón y de productos químicos, son el último foco de la resistencia ucraniana en la más pequeña de las dos regiones que componen la zona de guerra del Donbás. Hoy, ambas están en ruinas.
La carretera que recorre Tokarev con su maltrecha furgoneta es el último medio que le queda a Ucrania para enviar refuerzos, y para que los rescatistas saquen a los civiles que se quedaron atrapados.
Rusia pretende cortarla a unos 50 kilómetros al suroeste de Lysychansk, primero a golpe de artillería y luego, entrando por la fuerza.
Los montones de tierra negra ponen en evidencia dónde cayeron los proyectiles rusos, a ambos lados de la carretera, de doble sentido.
Los soldados ucranianos, ligeramente armados, intentan resguardarse en refugios erigidos en zanjas y barrancos.
Los edificios que albergan a las tropas y el equipo arden por los ataques de precisión lanzados desde posiciones invisibles.
"Nos han alcanzado", afirma un soldado que utiliza el nombre de guerra "Tadzhik", cerca del cuerpo de uno de sus compañeros caídos. "No podemos verlos pero están aquí", subraya.
- Último camino de salida -
La carretera es muy importante para Dmitro Mosur, obrero de la construcción. Este hombre, de 32 años, lleva a sus dos hijas gemelas en brazos. Ha perdido a su mujer en uno de los incesantes bombardeos que asolan Severodonetsk.
Ahora se encuentra en una plaza de Lysychansk, esperando a saber si los rumores de que los rescatistas podrían llevarle a él y a sus hijas a un terreno más seguro son ciertos.
"Pensé que algo así podría suceder", explica Mosur, refiriéndose al día en que su esposa murió tras salir del búnker, para cocinar en el patio.
Ninguna de las dos ciudades tiene gas o electricidad y hasta 20.000 de los 100.000 habitantes que había antes de la guerra en cada una de ellas, pasan la mayor parte del tiempo escondidos bajo tierra.
Los que salen a la calle, en Severodonetsk, para utilizar estufas de leña tienen que lidiar con los combates de artillería que se libran en el norte y el este de la ciudad fantasma.
"Hablamos de irnos, pero no pude convencerla. Incluso nos peleamos por ello", comenta el padre de familia. "En cuanto se produjo esta tragedia, decidí inmediatamente salir".
- Quedarse atrás -
Natalia Ryazantseva, de 57 años, vio cómo su hija se trasladó a la Costa Azul y su hijo a Polonia cuando el este se vio sumido en una insurgencia de ocho años que el Kremlin respaldó antes de su invasión.
Ambos entraron en pánico después de que Natalia les contara cómo se salvó de un proyectil que atravesó el techo de su habitación a principios de este mes.
"Me dijeron que me fuera inmediatamente", comenta en le jardín de su casa en Lysychansk.
"¿Pero cómo voy a irme? A mi edad, una mujer quiere la tranquilidad y la comodidad de su propia casa. Así que decidimos quedarnos", resume.
A.Abascal--ESF