Un paseo en tranvía por la desértica capital ucraniana en tiempos de guerra
Al volante de su tranvía rojo oxidado, Elena Sabirova pasa junto una barricada y sacude la cabeza al pensar en el triste destino de Kiev desde que las fuerzas rusas invadieron Ucrania.
A su derecha, un grupo de soldados controla los coches, buscando armas o explosivos.
A su izquierda, un rascacielos con balcones y ventanas reventados por un misil apenas unas noches después de que Rusia invadiera Ucrania el 24 de febrero.
Y detrás de ella, algunos pasajeros apretujados observan las calles desiertas de la capital de Ucrania
Olena Sabirova nunca pensó que un día estaría en la línea de frente. "Es aterrador", suspira esta mujer de 45 años, que lleva 19 años trabajando de conductora de tranvía.
"Al menos ayudo a la gente a llegar adonde quiere ir, a los refugios antiaéreos, a la estación de tren", dice. "Pero da mucho miedo", admite.
La mitad de los 3,5 millones de habitantes de la capital se han ido. Los que decidieron quedarse parecen aterrados, pero también tristes al ver su ciudad destruida.
"Estoy preocupado, preocupado por la ciudad. Estaba en pleno desarrollo desde hacía tantos años", declara Mykola Konoplytsky, de 69 años.
"Y ahora vienen y la destruyen. ¿Cómo la vamos a reconstruir? ¿Con qué dinero?", se pregunta este jubilado.
Para Inna Khmelievska, una empleada de bar, de 34 años, sus trayectos a lo largo de la orilla oriental del Dniéper eran propicios para soñar un rato. Ahora, las explosiones del frente al norte de Kiev la mantienen despierta.
"Cuando no hay explosiones está bien y cuando las hay es agobiante. Las escucho cuando estoy en el tranvía y las escucho cuando estoy en casa", explica.
"La ciudad ha cambiado", añade.
- Barricada tras barricada -
Entre las barricadas de Kiev, esta línea de tranvía es una de las únicas que sigue en funcionamiento.
La orilla izquierda del Dniéper alberga los barrios dormitorio de la ciudad y algunas fábricas. La derecha tiene una historia más rica y se sitúa más cerca de la línea del frente.
Los tranvías dejaron de funcionar, ya que ofrecían un camino directo desde el frente hacia los edificios gubernamentales.
Tanya Pogorila, que vive en la orilla derecha, observa las tiendas cerradas y los escombros a lo largo de la ruta.
"Es la primera vez que salgo desde el inicio de la guerra", cuenta esta mujer de 45 años. "Algunos de mis peores temores se están desvaneciendo ahora. Lo que más temo es por mi hijo", dice, señalando a su pequeño, metido entre sus piernas.
"Lo lamento por Kiev, pero también por el país", explica.
Al acercarse al puesto de control que marca la última parada de su línea, Olena Sabirova se pregunta hasta cuándo podrá seguir conduciendo su tranvía.
"No vi nada terrible, pero oigo cosas, explosiones", dice.
"Espero que el tipo que está ahí arriba en el cielo vea que sigo haciéndolo y lo tenga en cuenta al final", bromea sarcásticamente. "La gente parece agradecer que siga trabajando", asegura.
Para Mykola Konoplytsky, el jubilado, el presidente ruso ordenará pronto el ataque contra Kiev, como pasó con Mariúpol o Járkov.
"Creo que Putin se reserva Kiev para el postre", dice fatalista.
B.Vidal--ESF